sábado, octubre 18, 2008


EXPENDEDURÍA DE LIBROS
Cuando yo era pequeño todo se vendía en las tiendas. Los comestibles en las llamadas tiendas de ultramarinos, la ropa en las de "tejidos y novedades", el tabaco en los estancos, la leche en las lecherías, el pan en las panaderías (y bollerías) y los libros en las librerías (y papelerías). Habían zapateros remendones (los zapatos entonces duraban o tenían que durar varias temporadas), modistas, bordadoras, bodegueros que vendían vino a granel y sifones de envase retornable, colchoneros, zurcidoras (de manos prodigiosas que zurcían de forma invisible los sietes de los pantalones) y señoras que cogían los puntos a las medias.
El mundo artesano y autárquico del tardofranquismo no contemplaba ni de lejos la automatización de los servicios que podíamos contemplar en las películas americanas que los sábados disfrutábamos en doble sesión continua en el cine Monumental (Salón Moderno). Este era todavía a mediados de los sesenta un país de cerilleros y puestos de altramuces, de mieleros de la Alcarria y vendedoras de sangre hervida. Por lo tanto, aquellos Self-service con sus máquinas expendedoras de Coca colas y demás nos quedaba tan lejos como la Luna.
La primera máquina de venta que vi en mi vida fue una de tabaco que unos belgas propietarios de lo que en aquel entonces llamábamos supermercado (una tienda algo más surtida de lo normal y con novedades tan raras para la época como cajas de cereales Kellogs) pusieron en la pared exterior de su negocio. Los precios iban desde las cinco pesetas del "Celtas" cortos sin filtro a las quince del "Winston" americano y era tan rudimentaria que tenía ante cada fila de paquetes un pomo que al tirar de el salia detrás un cajetín que contenía el tabaco en cuestión y tan poco fiable que los niños descubrimos que con una peseta podíamos sacar un paquete de Celtas que luego nos medio fumábamos entre toses y escupitajos bajo unos pinos a escondidas.
Hoy día uno podría conseguir practicamente de todo sin pisar una tienda y comer y beber sin entrar en un restaurante. Las llamadas máquinas de "Vending"abarcan practicamente todo el espectro del consumo, desde café y refrescos hasta cebos vivos para la pesca. De preservativos a sandwiches y bolsas de patatas. Pero lo que ya me ha dejado tieso a sido el ver la máquina de la foto. Por fin la lectura al alcance de su mano las 24 horas del día. Con solo apretar un botón llévese a casa el último best seller o la novela rosa de su elección. Ahora por fin podremos decir que el que no lee es porque no quiere.