jueves, enero 09, 2014

DON TANCREDO Y LA POLÍTICA DEL CHARLOTET.




Estaba ayer pensando sobre el tema que está ahora en todas las cabeceras de los diarios, compartiendo protagonismo con la imputación de la Borbona, cual es el anteproyecto de la nueva ley de interrupción de embarazo y tuve una como epifanía que quiero compartir con ustedes. Como Saulo en el camino de Damasco, en la soledad de mi despacho comprendí perfectamente cual es la maniobra política que está llevando a cabo el gobierno en estos tiempos.

 Vaya por delante que la ley que propone el ministro Gallardón me parece una abominación que nos va a hacer retroceder 40 años en los derechos de la mitad de la población del país y que como bien escribe Máximo Pradera en su artículo “Alberto Glenn Gallardón” es tan solo una forma de engordar su narcisismo y llamar la atención sobre si mismo.

 También quiero dejar claro que lo que le ocurra a la ciudadana Cristina de Borbón y Grecia me importa tan solo en el plano de que se aclare si es una estafadora o una tonta del bote. Todo lo demás me la trae al pairo.

 Ahora bien, a lo que me quiero referir en este escrito es a intentar aclararles a ustedes (o aclarármelo a mi que tampoco es que lo tenga yo muy pillado) el porqué de la maniobra del gobierno a la que he titulado como pueden leer en el encabezado, “la política del Charlotet. Primero he de explicarles que es tal cosa. El abuelo de un amigo mio tenía dos gatos y para entretenerlos se fabricaba un artilugio que consistía en una bola de papel atada a un hilo que a su vez estaba sujeto a la punta de una caña. El abuelo le ponía el artilugio al gato delante de sus narices y lo movía de arriba abajo y el gato se volvía loco. Comenzaba a perseguir aquella bolita hacia donde quiera que el dueño la moviera, daba cabriolas en el aire y la seguía como si no hubiera otra cosa en el mundo. En ese momento, todo lo demás desaparecía y solo estaba aquella hipnótica bola que mantenía embelesado al animal, ignorante de todo lo demás que sucedía a su alrededor.

 Es por ello que me permito comparar el asunto que nos atañe con el artefacto ideado por el abuelo de mi amigo. Tenemos en el país seis millones de parados, un 18% de la población que está pasando hambre y frío, una precariedad laboral como no se veía desde los años del franquismo, 800 familias que se quedan en la calle cada día, personas rebuscando en las basuras algo que llevarse a la boca, una bajada brutal de los salarios (el que lo tiene) y una imparable subida de los precios y los impuestos (tan solo los de los asalariados, los de los grandes capitales ni los tocan) una conferencia episcopal que recibe 11.000.000.000 de euros limpios de polvo y paja todos los años y ni paga IVA ni IBI ni nada, un ministerio de defensa que aumenta su presupuesto año tras año con un ministro (directivo de una empresa armamentística) que llena de prebendas y regalías a la industria bélica, etc, etc….

 Pero he aquí que el ministro Gallardón saca el “Charlotet” de un anteproyecto de ley que ni siquiera ha pasado por las cortes, que (de momento) es tan solo humo de pajas, lo agita delante de los medios y estos, como gatos embobados, se lanzan tras el como si les fuera la vida en ello y hasta parece que compiten en ver quien es el que  se indigna más ante tal atropello (que lo será si sale adelante, pero solo si) y llenan páginas y páginas de los diarios, colapsan las webs de la primera a la última y machacan los oídos de los radioyentes y teleespectadores de todo el país.

 Ahora les voy a hablar de Don Tancredo. Según la Wikipedia, El don Tancredo, o la suerte de don Tancredo, era un lance taurino con cierta afición en la primera mitad del siglo XX. Consistía en que un individuo que hacía el don Tancredo, esperaba al toro a la salida de chiqueros, subido sobre un pedestal situado en mitad del coso taurino. El ejecutante iba vestido con ropas generalmente de época o cómicas, y pintado íntegramente de blanco. El mérito consistía en quedarse quieto, ya que el saber de la tauromaquia afirmaba que al quedarse inmóvil, el toro creía que la figura blanca era de mármol y no la embestía, convencido de su dureza.
El origen de esta práctica es incierto, si bien hay varias fuentes que afirman que un torero español, natural de Valencia, de poca fortuna y nombre Tancredo López, comenzó este espectáculo como un medio desesperado de ganar dinero en las postrimerías del siglo XIX. El público acogió con entusiasmo la actuación, que poco a poco fue extendiéndose. Normalmente el Tancredo era interpretado por personas desesperadas a la búsqueda de ganar dinero fácil y con poco que perder, ya que eran numerosas las cogidas que se producían. Así las cosas, el Tancredo fue prohibiéndose por las autoridades, y ya a mediados del siglo XX se realizaron las últimas representaciones.
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 Pues bien, en mi epifanía comprendí que nuestro particular Don Tancredo no era otro si no nuestro presidente de gobierno, el señor Don Mariano Rajoy Brey, quien como la figura inmutable que se plantaba en el centro del ruedo dejando que los toros pasaran de largo, hace lo mismo con los problemas, los ministros, sus declaraciones, lo que diga la prensa, los jueces y el mismísimo “Sursum Corda” que bajara del cielo.


 Así pues, entre un ministro que quiere sacar una ley que nos devuelve casi al medievo por la sola razón de figurar en los libros de historia, un Presidente que practica el “Laiser faire, laiser passer” (es decir, no hacer nada) y no afronta los verdaderos problemas de este país, esperando tal vez que se resuelvan solos y unos medios de comunicación que como gatos embelesados, bailan al son del primer “Charlotet” que les ponen delante y solo se paran para ver quien la tiene más grande  (la noticia, por supuesto) en ni epifanía he visto claramente que, o nos arremangamos todos y nos echamos a la calle a quemar bancos y ministerios (pero literalmente) o seguiremos, por los siglos de los siglos embobados ante la bolita de papel que hábilmente siguen agitando ante nuestras sorprendidas narices hasta que nos la quiten de delante y descubramos que nos han robado hasta la camiseta.