DON TANCREDO Y LA POLÍTICA DEL CHARLOTET.
Estaba ayer pensando sobre el tema que está ahora en todas
las cabeceras de los diarios, compartiendo protagonismo con la imputación de la
Borbona, cual es el anteproyecto de la nueva ley de interrupción de embarazo y
tuve una como epifanía que quiero compartir con ustedes. Como Saulo en el
camino de Damasco, en la soledad de mi despacho comprendí perfectamente cual es
la maniobra política que está llevando a cabo el gobierno en estos tiempos.
Vaya por delante que
la ley que propone el ministro Gallardón me parece una abominación que nos va a
hacer retroceder 40 años en los derechos de la mitad de la población del país y
que como bien escribe Máximo Pradera en su artículo “Alberto Glenn Gallardón”
es tan solo una forma de engordar su narcisismo y llamar la atención sobre si
mismo.
También quiero dejar
claro que lo que le ocurra a la ciudadana Cristina de Borbón y Grecia me
importa tan solo en el plano de que se aclare si es una estafadora o una tonta
del bote. Todo lo demás me la trae al pairo.
Ahora bien, a lo que
me quiero referir en este escrito es a intentar aclararles a ustedes (o
aclarármelo a mi que tampoco es que lo tenga yo muy pillado) el porqué de la
maniobra del gobierno a la que he titulado como pueden leer en el encabezado,
“la política del Charlotet. Primero he de explicarles que es tal cosa. El
abuelo de un amigo mio tenía dos gatos y para entretenerlos se fabricaba un
artilugio que consistía en una bola de papel atada a un hilo que a su vez estaba
sujeto a la punta de una caña. El abuelo le ponía el artilugio al gato delante
de sus narices y lo movía de arriba abajo y el gato se volvía loco. Comenzaba a
perseguir aquella bolita hacia donde quiera que el dueño la moviera, daba
cabriolas en el aire y la seguía como si no hubiera otra cosa en el mundo. En
ese momento, todo lo demás desaparecía y solo estaba aquella hipnótica bola que
mantenía embelesado al animal, ignorante de todo lo demás que sucedía a su
alrededor.
Es por ello que me
permito comparar el asunto que nos atañe con el artefacto ideado por el abuelo
de mi amigo. Tenemos en el país seis millones de parados, un 18% de la
población que está pasando hambre y frío, una precariedad laboral como no se
veía desde los años del franquismo, 800 familias que se quedan en la calle cada
día, personas rebuscando en las basuras algo que llevarse a la boca, una bajada
brutal de los salarios (el que lo tiene) y una imparable subida de los precios
y los impuestos (tan solo los de los asalariados, los de los grandes capitales
ni los tocan) una conferencia episcopal que recibe 11.000.000.000 de euros
limpios de polvo y paja todos los años y ni paga IVA ni IBI ni nada, un
ministerio de defensa que aumenta su presupuesto año tras año con un ministro
(directivo de una empresa armamentística) que llena de prebendas y regalías a
la industria bélica, etc, etc….
Pero he aquí que el
ministro Gallardón saca el “Charlotet” de un anteproyecto de ley que ni
siquiera ha pasado por las cortes, que (de momento) es tan solo humo de pajas,
lo agita delante de los medios y estos, como gatos embobados, se lanzan tras el
como si les fuera la vida en ello y hasta parece que compiten en ver quien es
el que se indigna más ante tal atropello
(que lo será si sale adelante, pero solo si) y llenan páginas y páginas de los
diarios, colapsan las webs de la primera a la última y machacan los oídos de
los radioyentes y teleespectadores de todo el país.
Ahora les voy a hablar de Don Tancredo. Según
la Wikipedia, El don Tancredo, o la suerte de don Tancredo, era un
lance taurino con cierta afición en la primera mitad
del siglo XX.
Consistía en que un individuo que hacía el don Tancredo, esperaba al toro a la
salida de chiqueros, subido sobre un pedestal situado en mitad del coso
taurino. El ejecutante iba vestido con ropas generalmente de época o cómicas, y
pintado íntegramente de blanco. El mérito consistía en quedarse quieto, ya que
el saber de la tauromaquia afirmaba que al quedarse inmóvil, el
toro creía que la figura blanca era de mármol y no la embestía, convencido de
su dureza.
El origen de esta práctica es incierto, si bien
hay varias fuentes que afirman que un torero español,
natural de Valencia,
de poca fortuna y nombre Tancredo López, comenzó este espectáculo como un medio
desesperado de ganar dinero en las postrimerías del siglo XIX.
El público acogió con entusiasmo la actuación, que poco a poco fue
extendiéndose. Normalmente el Tancredo era interpretado por personas
desesperadas a la búsqueda de ganar dinero fácil y con poco que perder, ya que
eran numerosas las cogidas que se producían. Así las cosas, el Tancredo fue
prohibiéndose por las autoridades, y ya a mediados del siglo XX se realizaron las últimas
representaciones.
.
Pues bien, en mi
epifanía comprendí que nuestro particular Don Tancredo no era otro si no
nuestro presidente de gobierno, el señor Don Mariano Rajoy Brey, quien como la
figura inmutable que se plantaba en el centro del ruedo dejando que los toros
pasaran de largo, hace lo mismo con los problemas, los ministros, sus
declaraciones, lo que diga la prensa, los jueces y el mismísimo “Sursum Corda”
que bajara del cielo.
Así pues, entre un
ministro que quiere sacar una ley que nos devuelve casi al medievo por la sola
razón de figurar en los libros de historia, un Presidente que practica el
“Laiser faire, laiser passer” (es decir, no hacer nada) y no afronta los
verdaderos problemas de este país, esperando tal vez que se resuelvan solos y
unos medios de comunicación que como gatos embelesados, bailan al son del
primer “Charlotet” que les ponen delante y solo se paran para ver quien la tiene
más grande (la noticia, por supuesto) en
ni epifanía he visto claramente que, o nos arremangamos todos y nos echamos a
la calle a quemar bancos y ministerios (pero literalmente) o seguiremos, por
los siglos de los siglos embobados ante la bolita de papel que hábilmente
siguen agitando ante nuestras sorprendidas narices hasta que nos la quiten de
delante y descubramos que nos han robado hasta la camiseta.
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