LA PLACA.
Si existe algo que una por igual a políticos de cualquier
ideología, edad, sexo, raza, color de piel o talla de calzado es su pasión por
las placas. No hay nada que les ponga más, que acudir a los lugares más
inverosímiles de la geografía bajo su mando, ya se trate de un edificio, un
parque, una plaza, un parking o unos urinarios públicos y descorrer, entre
aplausos y flashes, una cortinilla tras la cual se halla, fabricada en todo
tipo de materiales, desde la piedra al metacrilato, una placa inscrita con la
fecha, el evento que se celebra y el nombre del político que la inaugura.
Debe de ser algo así
como un orgasmo en diferido, con público y vino español, pues deben marchar a
sus casas como el que echa un polvo con el Di Caprio o la Johanson y cuelga en
Internet las fotos del evento.
Debe, además, ser
adictivo, pues rara es la semana (sobre todo en épocas electorales) en que
abras cualquier periódico y no te des de bruces con dos, tres y hasta media
docena de inauguraciones varias, donde los próceres de turno sonríen a cámara
mientras descorren la cortinilla de marras, sabedores de que dicha placa
permanecerá ahí por muchos años, cuando el político ya no esté en activo,
incluso después de muerto, como recordatorio a las generaciones venideras de
los logros del ínclito prohombre o la ínclita promujer en bien de su comunidad.
Es tal la
proliferación de dichas placas que uno corre el peligro de toparse con una de
ellas a poco que se atreva a salir de su casa. Y quien dice placas, dice
estelas, bustos, monolitos, estatuas ecuestres y hasta cenotafios que recuerden
que fulanito o menganita estuvo allí y erigió, excavó o explanó aquello
impelido tan solo por el infinito amor a sus semejantes y su incansable afán
por mejorar la vida de los ciudadanos.
Ahora que, a raíz de
los hechos delictivos por los que están siendo imputados y hasta condenados, un
gran número del staff político patrio, muchas personas de dentro y fuera de la
política están planteando con buen tino la retirada o eliminación de muchos de
los hitos inaugurales donde constan, con letras de molde, los nombres de quien
ha caído en desgracia por el hecho de haber metido la mano donde no debía y su
sustitución por otros o por nada.
Estando completamente
de acuerdo con dicha medida, yo plantearía otra mucho más radical y sencilla.
Prohibir todo tipo de placa, inscripción o similar, en cualquier tipo de
propiedad pública, que no hubiera sido solicitado con antelación por los
ciudadanos en referéndum libre y democrático. Evitando así el trabajo, el
tiempo y el dinero de ponerlo y luego
tener que quitarlo.
Pero claro, eso es
solo una utopía y yo un viejo rojo y resentido.
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