sábado, enero 03, 2015

LA PLACA.



Si existe algo que una por igual a políticos de cualquier ideología, edad, sexo, raza, color de piel o talla de calzado es su pasión por las placas. No hay nada que les ponga más, que acudir a los lugares más inverosímiles de la geografía bajo su mando, ya se trate de un edificio, un parque, una plaza, un parking o unos urinarios públicos y descorrer, entre aplausos y flashes, una cortinilla tras la cual se halla, fabricada en todo tipo de materiales, desde la piedra al metacrilato, una placa inscrita con la fecha, el evento que se celebra y el nombre del político que la inaugura.
 Debe de ser algo así como un orgasmo en diferido, con público y vino español, pues deben marchar a sus casas como el que echa un polvo con el Di Caprio o la Johanson y cuelga en Internet las fotos del evento.
 Debe, además, ser adictivo, pues rara es la semana (sobre todo en épocas electorales) en que abras cualquier periódico y no te des de bruces con dos, tres y hasta media docena de inauguraciones varias, donde los próceres de turno sonríen a cámara mientras descorren la cortinilla de marras, sabedores de que dicha placa permanecerá ahí por muchos años, cuando el político ya no esté en activo, incluso después de muerto, como recordatorio a las generaciones venideras de los logros del ínclito prohombre o la ínclita promujer en bien de su comunidad.
 Es tal la proliferación de dichas placas que uno corre el peligro de toparse con una de ellas a poco que se atreva a salir de su casa. Y quien dice placas, dice estelas, bustos, monolitos, estatuas ecuestres y hasta cenotafios que recuerden que fulanito o menganita estuvo allí y erigió, excavó o explanó aquello impelido tan solo por el infinito amor a sus semejantes y su incansable afán por mejorar la vida de los ciudadanos.
 Ahora que, a raíz de los hechos delictivos por los que están siendo imputados y hasta condenados, un gran número del staff político patrio, muchas personas de dentro y fuera de la política están planteando con buen tino la retirada o eliminación de muchos de los hitos inaugurales donde constan, con letras de molde, los nombres de quien ha caído en desgracia por el hecho de haber metido la mano donde no debía y su sustitución por otros o por nada.
 Estando completamente de acuerdo con dicha medida, yo plantearía otra mucho más radical y sencilla. Prohibir todo tipo de placa, inscripción o similar, en cualquier tipo de propiedad pública, que no hubiera sido solicitado con antelación por los ciudadanos en referéndum libre y democrático. Evitando así el trabajo, el tiempo  y el dinero de ponerlo y luego tener que quitarlo.


 Pero claro, eso es solo una utopía y yo un viejo rojo y resentido.