miércoles, noviembre 15, 2006




NUNCA PASA

Aquella mañana Tello Arráez se levantó al alba, se vistió con presteza, tomó un café recalentado y salió a la calle. Dirigió sus pasos hacia el parque, el sol comenzaba a pintar de rojos las fachadas de los edificios y los primeros vencejos rayaban el aire con su silueta de paréntesis. Entró por la alameda y subiendo el empedrado sendero desembocó en el estanque donde a esas horas unos somnolientos patos nadaban ceremoniosos.

Llegó hasta el primer banco que aún se hallaba cubierto de una leve capa de rocío, metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y extrajo un periódico atrasado, lo desdobló, lo puso sobre la húmeda madera, se sentó y dijo para sí; - hoy es el día, seguro que hoy lo consigo-. Al poco comenzó a pasar gente. Pasaron deportistas embutidos en su chándal, pasaron jardineros armados de herramientas dispuestos a batirse contra el ímpetu de la naturaleza, pasaron ancianos de andar pausado tratando de apurar cada centímetro de sol, pero el no pasaba. Pasaron jóvenes muchachas de ojos rasgados empujando cochecitos con rubios niños sonrosados, pasaron bandadas adolescentes con casetes y patines, pero el no pasaba. A mediodía mientras pasaban oficinistas chaqueta al hombro y móvil en la oreja devorando sandwiches de atún, Tello Arráez sacó de una bolsa un bocadillo que había preparado la noche anterior y sació su hambre masticando lentamente cada bocado. Pasaron mas tarde parejas de estudiantes cargados de mochilas riendo mientras mandaban frenéticos mensajes con sus teléfonos de colores, pasaron jubilados con gorritas de tenis y bolas de petanca y maduros bohemios con aire distraído que parecían hallarse en otro mundo, pero el sin embargo no pasaba. Con el rojizo atardecer pasaron de regreso los jardineros cubiertos de sudor y briznas de hierba, pasaron los ancianos y los niños y las criadas de rasgados ojos, pasó un barrendero vaciando papeleras y un mimo desteñido contando unas monedas y el no pasaba. Cuando el sol no fue mas que un recuerdo y las violetas sombras de la noche avanzaban devorando el horizonte, Tello Arraez hubo de darse por vencido. Se levanto del banco y doblando de nuevo el diario volvió a guardarlo en su bolsillo, se desperezo todo el cuerpo y con gesto pesaroso descendió la empedrada alameda y abandonó el parque pensando que no había podido ser, que otra vez y como siempre sin haberlo visto, sin darse cuenta, el tiempo había pasado.